El Adiós de José Antonio a Rocío Gómez-Ferrer
El Adiós de José Antonio a
Rocío Gómez-Ferrer
Tuve mi primer contacto con Rocío
Gómez-Ferrer, en una comida organizada por Gonzalo
Iranzo en la casa de éste en Bétera. Para mí, que he hecho muchas entrevistas
para divulgar o extender la idea del Casal de la Pau, ésta era una nueva
perspectiva. Se me proponía facilitarle a Roció que escribiese un texto largo
sobre mi persona. Me sonaba raro.
Rocío Gómez-Ferrer, en la
circunstancia personal de baja laboral por enfermedad grave, había
aprovechado el tiempo para hacer un curso de los que ahora llaman de escritura
creativa. Como punto final de ese curso, aceptaba el reto, que otros le
proponían, de hablar de mi persona.
Hasta es posible que, de
entrada, se acercara con alguna prevención. Yo representaba el mundo que ella,
como Secretaria Judicial -hecho que yo desconocía-, conocía desde el otro lado.
También yo empezaba aquella historia con alguna prevención, pero sabía de la
circunstancia personal de Rocío y acepté.
Se le facilitó a Rocío material
escrito de la historia del Casal de la Pau. Pero Rocío quiso conocerme y vino a
mi casa. Tenía un propósito claro: quería saber de mi persona más allá del
personaje.
Es decir, para saber de mí, se
acercó a mi mundo que es mi casa, mi pueblo y mis relaciones que, en ocasiones,
pueden parecer disparatadas. Y lo hizo con respeto y haciendo un esfuerzo por
entenderme. Y me dejó acercarme al suyo.
Nos comprendimos en nuestra
personal debilidad. Coincidíamos en algo fundamental: Rocío y yo íbamos siendo
cada vez más limitados –yo por la edad y ella por su enfermedad- y los dos
éramos bien capaces de intentar encajarlo. Había llegado el momento de mirarnos
con piedad a nosotros mismos y a todos. Repasar nuestro pasado y sentirlo como
lo que había sido: nuestro esfuerzo por construir nuestra manera de ser
personas que piensan libremente y que quieren hacer el bien.
Así que yo esperaba su llegada
siempre con el deseo de encontrarla un poco mejor. Y llegaba Roció consciente
de que su tiempo no era baladí: de que lo necesitaba para comprender hasta el
último instante lo que es la vida, la suya y de los otros. Y se encontraba con
alguien que, a lo largo de la conversación, atendía decenas de temas y le
invitaba a escuchar los pajaritos.
El resultado final fue su libro.
Pero fue también nuestra amistad. Su libro, un escrito emotivo, que pasó de
llevar por título Hijos del olvido - José
Antonio Bargues: una vida entre galeotes a Todos tenían llave - La apuesta de José Antonio Bargues por la
libertad. El cambio va cargado de significado: lo importante es facilitar
la llave que aumenta las posibilidades de vida.
En el horizonte de un final personal
previsible, mutuamente comprendimos aquello de "que no se turbe vuestro corazón". Nos trabajamos la paz. Rocío
tenía siempre la disposición a mirar de frente y mantener una espera
esperanzada. Aprendí de ella y de su coraje.
Sí. Podemos tener esperanza
porque en la casa del Padre hay muchas moradas. Y, aunque Rocío nos falta, ¡claro
que nos falta!, tengo claro que Rocío dejó "su casa" para entrar en su casa.
Adiós, Rocío, y ¡hasta siempre!